Escucho el viento que mueve las hojas en la espesura. Ese suave arrullo que me adormece según avanzo.
Llego a un claro y me detengo.
Inspiro profúndamente, dejando que mis pulmones se llenen del aroma a rocío y ramas secas que me rodea.
Desde lo alto, el bosque parecía una pequeña extensión verde, pero una vez dentro parece crecer por momentos. En ocasiones las anchas copas de los árboles juegan a impedir el paso de la tímida luz otoñal. Luego se abren, dejando que mis ojos vuelvan a distinguir el camino.
Cuando me adentro en un bosque, tengo la sensación de estar dentro de algo vivo, que en ocasiones te dá la bienvenida con una sonrisa, y en otras se muestra hostíl y reacio a tenerte en su interior.
Noto como respira con calma y lentitud, dejando que el tiempo fluya a través de él.
Si avanzas hasta lo más profundo, puedes sentirte de repente atrapado en su magia, y dejar de temer la posibilidad de no salir de allí jamás.
A veces, al alejarme, me giro y lo contemplo largo tiempo. Parece entonces despedirse, lanzando al aire un “hasta pronto”.